martes, 30 de abril de 2024

I La mayoría no es virtuosa

 



Si la democracia es la mejor aportación del occidente a la humanidad, tal vez deberíamos de cuestionar nuestro “liderazgo”.

 

Aunque tendemos a ver la democracia como el valor supremo del contrato social, en realidad, estamos hablando de un modelo que tiene muchas áreas de mejora y que nunca, jamás, llegará a ser perfecto.

Algunos de los problemas intrínsecos de la democracia no radican en su instrumentación sino en su concepción. La democracia parte de supuestos que al ser analizados dejan ver muchos de los vicios y problemas que como sociedad arrastramos desde que el hombre empezó a vivir en comunidad y a autodeterminarse.

Hay dos personajes principales en la escena democrática -y no estamos hablando de partidos políticos ni personalidades-, sino de dos grupos que existen de manera automática en la democracia: la mayoría y la minoría. Los acompañan ciertos mitos que necesitamos comprender para entender mejor nuestro rol como ciudadanos.

 

Mito uno: La mayoría sabe lo que es mejor para todos

La democracia parte de la idea de que la mayoría sabe lo que es mejor para el grupo. Confía en que la suma de conocimientos, experiencias y opiniones de las personas puede definir el mejor escenario posible para la totalidad.

Las fallas de este razonamiento son obvias, pero vale la pena comentar algunas. Es probable que, en la teoría exista una mayoría educada, con sus necesidades satisfechas, respetuosa de lo ajeno, con conciencia social, sin problemas emocionales y con una vida afectiva balanceada.

Lamentablemente no es así: la mayoría tiene una educación deficiente; algunas de sus necesidades insatisfechas; tiende a sacar ventaja de la situación para su beneficio personal; y carga con varios pendientes emocionales y afectivos que repercuten en su desempeño social.

Por lo regular la masa es irracional. Un individuo podrá tener mejores oportunidades de evaluar escenarios si no fuera arrastrado por la estampida del temor, el prejuicio o la ignorancia a la que nos condena en muchas ocasiones la vox populi.

La mayoría elige en función de su conocimiento, pero también de su ignorancia; en función de sus aspiraciones, pero también de sus temores; en función de lo que quiere obtener, pero también de lo que no quiere ceder.

Lo anterior podría colocar en el máximo cargo de representatividad social a personajes indeseables. Ejemplos sobran a lo largo de la historia mundial y nos golpea en la cara el caso de México, que en su ejercicio democrático más reciente colocó a uno de los políticos populistas más contradictorio y perjudicial que jamás haya tenido la administración pública del país.

La mayoría no siempre está en lo correcto.

 

Mito dos: La mayoría es la mitad más uno

La aritmética dice que tres es mayor que dos. Que diez es superior a nueve. Que 67 es menor que 70. En la democracia no es así.

Sólo algunos miembros de la comunidad califican para participar en la democracia. Sin argumentos que lo respalden, el criterio que abre la puerta de la participación democrática es la edad de una persona, en México es 18 años.

En un país con 128 millones de personas, como México, el universo de tomadores de decisión se circunscribe a aquellos que tienen la edad reglamentaria para votar, es decir 100 millones. Lógicamente la opción que elijan 50 millones más uno es la que ganaría cualquier votación. 

El problema es que no todos votan y que siempre hay más que dos opciones. De modo que

30 millones pueden ser mayoría, si esos 30 millones superan a los otros millones que eligieron alguna otra opción y dicha opción no juntó más de 30 millones. Pero lo mismo sería si 20 millones eligen una opción y las otras alternativas juntan menos de 20 millones. La ganadora no es la que tiene la mayoría aritmética sino la que tenga más adeptos.

De este modo, 30 millones pueden fastidiarles la vida a los 98 millones restantes, únicamente porque su opción fue la que más votos registró.

 

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