martes, 21 de septiembre de 2021

Pensamientos de un obituario

He encontrado canciones

en los poemas de un hombre

que ve la vida 

con la claridad que da

tener cerca la muerte

domingo, 5 de septiembre de 2021

Conciliar el corazón político

México pasa por uno de los momentos más tristes y oscuros de su historia. Una facción política con intenciones cuestionables, deficiente preparación e intereses egoístas, se ha instalado en la dirección de los poderes de la Unión. A pesar de la evidente decadencia de la administración pública federal (la lista de errores es ya una letanía que a los mismos detractores nos comienza a aburrir), hay muchas personas que, por interés o por ignorancia, se empeñan en defender al actual Gobierno de México. 

Dije “por interés o ignorancia” a propósito porque hay un elemento más que podría justificar el que algunas personas con suficiente educación, integridad y sentido común se nieguen a ver la realidad de destrucción y miseria a la que arrastra al país el partido político de un solo hombre, perverso y amargado. 

Algunas de esas personas -que llamaremos negacionistas- son queridas para mí. Los vínculos de afecto que me unen a ellos hacen que nuestras diferentes visiones del gobierno parezcan insignificantes. Y sin embargo, esas diferencias podrían tener el poder de distanciarnos y hacer que nuestra unidad se enfríe. 

Muchas veces he pensado que no es justo que el desempeño de un político mitómano y mediocre perjudique mi amistad y algunas de las relaciones más entrañables con amigos y familiares.

Es por ello que estoy escribiendo este artículo, porque siento que cuando esta pesadilla termine volveremos a buscarnos y debemos estar preparados para superar este momento sin que ello se convierta en un obstáculo para seguir construyendo un futuro feliz. 


Por interés o ignorancia

Muchas personas tienen interés en que el actual gobierno se mantenga así como está porque reciben un beneficio económico, al igual que recibieron beneficios de otros gobiernos en otras épocas. Son vividores pegados como sanguijuelas a la estructura del poder, que parasitan el cuerpo decadente de la Hacienda pública. Apellidos conocidos durante años, los mismos políticos, los mismos zánganos y uno que otro arribista. 

Hay quienes también tienen interés porque reciben un beneficio económico, pero de una escala mucho menor que los primeros. Son los que están suscritos a algún programa asistencial, que les resuelve una necesidad básica inmediata por un día o unas horas. Son los que hacen filas para recibir una cobija, una playera, una gorra o cualquier baratija. Son los que venden sus aplausos por una torta o una despensa. Son los que se debaten entre la dignidad y la comodidad de extender la mano para recibir una mísera dádiva, unos pesos que ni siquiera justifican el tiempo invertido en el “evento”, en el transporte, en la malpasada, ni en el olvido del que serán objeto hasta la próxima vez que el gobierno los “necesite”. 

Muchos de estos últimos viven en la encrucijada del interés y la ignorancia. Su falta de preparación y de oportunidades, su falta de recursos y condición mendigante hacen que vean la limosna como un alivio y confundan la mezquindad de los políticos con generosidad.

Para los ignorantes, el presidente es una persona que está allí porque fuerzas superiores, extrañas y desconocidas, le han seleccionado para ser el más sabio, el más capaz, el más fuerte. Para los ignorantes, el gobierno es una entidad que está en todas partes, que tiene un poder infinito para intervenir y resolver los problemas -desde los más comunes como el costo del transporte público, el precio del huevo y las tortillas; hasta los más elaborados como ayudarles a encontrar atención médica especializada o protegerlos de desastres naturales- y ve a quienes gobiernan como un grupo de personas preparadas, bondadosas e infalibles, gente que está ahí porque es la única calificada para gobernar. 


El corazón político

Pero hay un grupo de personas -donde hay gente que estimo y aprecio- que no tiene interés ni es ignorante. Y sin embargo defienden con vehemencia al gobierno actual y su presidente. 

Son aquellos que en algún momento de sus vidas pusieron el corazón en una ideología; invirtieron su capital emocional en la afiliación con los ideales de justicia, fraternidad, libertad y los cristalizaron en la aspiración de un régimen que algún día llegaría. 

Cuando las personas se enamoran suelen colocar sus deseos y aspiraciones en el ser amado, aunque éste en realidad no posea esas cualidades; a los enamorados les gusta pensar que esa persona es la encarnación de lo que siempre han querido y en consecuencia le entregan su corazón. 

Lo mismo sucede con los que en algún momento de su vida entregaron su corazón político a una persona o corriente política que parecía alinearse con sus deseos y aspiraciones de un México mejor. 

Algunos de ellos ya se dieron cuenta que el Gobierno de México y su prometida transformación son un fracaso. Sin embargo se niegan a reconocer la realidad; les cuesta aceptar que se equivocaron, porque lo que está en juego va más allá de la capacidad de enfrentarse a los datos duros, comparar y emitir un juicio sensato… lo que está en juego es su corazón. 

El político “redentor” en el que depositaron su esperanza ha resultado una farsa. El “movimiento” al que apostaron su voto, ha fallado. 

No obstante, para reforzar su creencia, se dicen a sí mismos que tal vez se necesita más tiempo para “empezar a ver resultados”; que tal vez la oposición es más fuerte que el deseo del líder de que las cosas cambien; que hay mala fe de los medios de comunicación para señalar lo malo; que probablemente las cosas en realidad estaban peor de lo que se pensaba y que por eso no alcanzarán seis años para arreglarlo todo. Etcétera.

Al escucharlos puedo percibir que no tratan de convencerme más de lo que tratan de convencerse a sí mismos ¿cómo podrían renunciar a lo que creen y a lo que aman? ¿Cómo podrían negarlo?

Nadie quiere quedarse a mitad de la calle con su corazón roto sin un lugar dónde ponerlo. Es un poco el síndrome de la esposa golpeada, y el síndrome de Estocolmo, y el del alcohólico… me hace mal pero me hace bien.

Un día, cuando esta pesadilla de gobierno acabe, tendremos que conciliar el corazón político y entender que nuestros amigos le entregaron el suyo a la persona equivocada. Quizás pasarán muchos años pensando en las mil posibilidades de que las cosas hubieran salido como ellos esperaban y quizás algunos seguirán siendo negacionistas, pero ello no deberá detenernos para reparar y reconstruir el México que todos queremos, ni mucho menos deberá interponerse entre nuestro afecto y las personas a quienes siempre ha estado destinado.